jueves, 25 de agosto de 2011

Límites I: La difícil Tarea de Poner Límites


Los límites, ese tema que siempre se nos aparece a los padres. En la escuela o jardín, conversando con otros padres, las abuelas que opinan… todos hablan de que “hay que ponerle límite a ese chico”. Todos opinan, pero… ¿qué es realmente poner un límite? Y más importante ¿cómo se pone un límite?

Puede parecer una obviedad, pero muchas veces no lo es. Un límite es marcar lo que no se puede, por ende también se marca que es lo que se puede. Es “estructurante”, decimos los psicólogos. Esto quiere decir que define un punto de partida para que se arme, se moldee, se construya las posibilidades de ser de un niño. Ahora bien, para poder ser parte de una sociedad, para ir al colegio, poder estudiar, trabajar, hay límites que son necesarios porque responden a códigos “más compartidos” y más generales. Son las normas sociales.  En este sentido, el adquirir los límites le permite al niño ir contando con las nociones básicas de criterios para manejarse en un mundo real.

Un niño, en principio, acepta un límite por amor. Por miedo de perder el amor de sus padres, acepta no hacer lo que tiene ganas cuando estos se lo piden. Cuando en ese pedido hay duda, es cuando el límite no se establece con claridad. En sí mismo, el límite no produce angustia, sino todo lo contrario, tranquiliza. Para ello, es necesario que no solo el pedido sea consistente y coherente (que no haya duda) sino que sea desde un lugar amoroso. Poner un límite es un acto de amor. Piensen cuando a un bebe se le dice “No” firmemente cuando quiere tocar el tomacorrientes. Uno no lo duda, y lo hace por amor, para cuidar a esa criatura. Es lo mismo con el resto de los límites. La diferencia está en la confianza y claridad que uno tiene en el límite que quiere imponer. Está claro el riesgo en el ejemplo del tomacorrientes, es algo específico y concreto con riesgo real e inmediato. Ahora, hay otras situaciones que no son tan estrictas….¿no?

¿Cómo poner un límite? No hay respuesta posible, ya que esto depende totalmente del estilo propio y del hijo. Hay que encontrar la manera personal de hacerlo. Tal vez sirva pensar que los límites no se imponen, también se transmiten.

Ser consistente. Los chicos ven a sus padres, los imitan, quieren ser como ellos, “se identifican” con ellos. “Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago” no tiene lugar.

Ser sinceros con uno mismo. Buscar límites con que uno se siente identificado. Sino un día se mantiene, al otro se deja transgredir, se va y se viene. Esto sí genera confusión en los chicos y cuando se los reta, no entienden. Y obviamente, no hacen caso. Esto también va para la firmeza. Si uno dice algo y “afloja” siempre, después no es creíble.

Los límites no solo se marcan con el no, con las restricciones. También se marcan habilitando. Se puede empezar con marcar los tiempos y lugares, desde chicos. Hay un lugar y un tiempo para jugar, para comer, para ver tele, para hacer las tareas, etc. Diferenciarlos y no hacer todo al mismo tiempo. Mostrar que las cosas no son absolutas. Esto no se puede, pero esto sí. Dar alternativas. No se puede pintar las paredes, pero ofrecer una gran cartulina para hacerlo.  

Autoridad y autoritarismo no son lo mismo. Si se recurren a “castigos”, estos jamás deben ser físicos. No ayudan a apropiarse del límite, sino que se hace caso por miedo al golpe. Además, destruyen la autoestima, básicamente los lastima en todos los niveles. Tampoco es conveniente generar un ambiente de miedo. La idea es desaprobar la conducta, no al niño. Decir “Eso está mal”, en lugar de “que malo que sos”.  Tener en cuenta que el castigo no ayuda a entender el límite, sino que lo para un rato. No amenazar con algo que no se puede cumplir.

La importancia de marcar lo positivo. Es mucho más efectivo marcar cuando el niño está haciendo bien las cosas que solo retar cuando no respeta los límites. De esta manera, el niño puede ver concretamente que es lo que se espera de él, se aumenta la autoestima, se alimenta una buena relación al mostrar orgullo. Otra opción en lugar de retar es mostrar la conducta que uno desea. En vez de “No grites”, decir “Habla en vos más baja.”

Ser claro. “Portáte bien”. ¿Qué quiere decir pórtate bien? Decirle a un niño pequeño esta frase es lo mismo que hablarle en chino mandarín. Hay que ser específico.  “No ensucies las paredes”, “Sentate en la mesa para comer” “Hablemos sin gritar”, etc.
No ser caprichosos, no imponer cosas porque sí. Escucharlos, darles un lugar en la toma de decisiones. Hacerlos participar. Esto reduce los “caprichos”.   


Lic. Lorena Estevez

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