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lunes, 29 de agosto de 2011

Límites II: “Mi hijo no acepta los límites”… o “¿Será que se nos hace difícil poner límites a nuestros hijos?”


Cuantas veces pensamos “este chico no acepta los límites”. Y sí es verdad que hay niños que tienen una personalidad  difícil, por decirlo de una manera. También es verdad que hay edades que se ponen más difíciles, que es cuando están poniendo a prueba su autonomía e independencia. Por otro lado, hay momentos que también son “normales” o esperables ciertas rebeldías, como por ejemplo cuando se pasa por un período emocionalmente complicado, como la separación de los padres, un duelo, una mudanza, etc.

Pero la verdad es que la responsabilidad de que un chico acepte un límite recae sobre los padres. Por más injusto que parezca. No nos olvidemos que hay por definición una asimetría entre padres e hijos. Entonces, ¿será que un niño no acepta los límites o que a los padres nos cuesta un poco? ¿Qué le pasa a un padre cuando tiene que decir “NO”? ¿Qué le pasa a un padre cuando se le hace difícil sostener ese ´no´?

¿Confianza en el límite? Cuando uno es quien no tiene la seguridad y la confianza de lo que se quiere transmitir,  al niño le llega confusión y responde haciendo cualquier cosa. Entonces, primero, ubicar esas cosas de las cuales no se está “tan” seguro. Pensar en las consecuencias y si se está dispuestos a lidiar con ellas, porque en definitiva son los padres los que después deberán vérselas en estas situaciones. Es cuestión de los padres si quieren “transgredir” ciertas reglas, sabiendo que después tendrán resistencia para cumplirlas.  

¿Desacuerdo entre los cuidadores? Muchas veces un niño no hace caso cuando los límites no se respetan de igual manera con los diferentes cuidadores. Se da principalmente -aunque no únicamente- cuando los padres están separados o cuando hay abuelas que además de ser abuelas cumplen el rol de cuidadores. Al niño le llegan mensajes cruzados. Acá el problema no es de mal comportamiento del niño sino de comunicación y entendimiento entre los cuidadores.

¿Cansancio? Uno llego de trabajar todo el día, cocina, se ocupa de la casa, está un rato con los chicos y hay que renegar. Los chicos ponen a prueba, ellos intentan traspasar y si lo logran, siguen haciéndolo. Entonces se afloja. Otra vez: depende de cada uno de lidiar con las consecuencias. Saber que cuanto más se afloje hoy, más habrá que renegar mañana. Saber también que uno está educando: hoy costará más, pero se están inculcando hábitos con los cuales todo se irá haciendo más fácil. Sí, ser padres es un trabajo. Esa ´frase hecha´ cobra realidad, ¿no?

¿Culpa? La vorágine de hoy en día nos hace pasar mucho tiempo fuera de casa, ni hablar de padres separados que no ven a sus hijos todos los días. Entonces el poco tiempo que se comparte, se lo quiere pasar de la mejor manera. Tener que estar retando, ser firmes, ir en contra de los ´deseos´ de nuestros hijos: se transforman en cosas que parecieran atentar contra una buena relación. Pareciera, pero no. Los límites tranquilizan, organizan, dan herramientas para manejarse, permiten compartir.  ¿Cuál es el modelo que queremos transmitirles? Sí, hay que disfrutar el momento pero… ¿a toda costa? ¿Qué conviene privilegiar?

¿Miedo? Primo hermano del anterior… el poco tiempo que se pasa con los hijos… y el no querer ser el malo de la película. ¿Quién quiere ser el que siempre esta retando? Ahora, ¿siempre se está retando? O es cuestión de poner límites y valorar los buenos momentos. ¿Se trata del amor propio, de convertirse el “mejor padre”? ¿Cuál es la idea que uno tiene de ser el mejor padre? Ojo, no me refiero a la idea consensuada que todos dicen de la boca para afuera. Sino de esas cosas que internamente nos hacen sentir buenos padres. Y que muchas veces tiene que ver con lo que nuestros hijos ven en nosotros.

¿Enojo? ¿Se dieron cuenta que cuanto más uno se enoja, menos caso hacen? Desde el enojo, nada se va a lograr. Primero si uno está enojado (o cansado), se enoja por cualquier cosa. Entonces no es que no aceptan los límites sino que uno le pone límite a todo. El enojo vuelve todo absoluto e imposible. Y eso los chicos, no lo entienden y los angustia. Si uno está enojado, no es buen momento para enseñar un límite. Entonces, conocer las limitaciones propias.

¿Se los escuchar lo suficiente?. Muchas veces los chicos transgreden cuando quieren transmitir algo, cuando están angustiados, cuando algo les molesta, o simplemente están aburridos. Si se está portando mal ¿habrá algo que no estamos viendo?

(Nota: Las anteriores son situaciones comunes por las que pasan los padres cuando se les complica poner límites, pero no son las únicas.)

Lic. Lorena Estevez

jueves, 25 de agosto de 2011

Límites I: La difícil Tarea de Poner Límites


Los límites, ese tema que siempre se nos aparece a los padres. En la escuela o jardín, conversando con otros padres, las abuelas que opinan… todos hablan de que “hay que ponerle límite a ese chico”. Todos opinan, pero… ¿qué es realmente poner un límite? Y más importante ¿cómo se pone un límite?

Puede parecer una obviedad, pero muchas veces no lo es. Un límite es marcar lo que no se puede, por ende también se marca que es lo que se puede. Es “estructurante”, decimos los psicólogos. Esto quiere decir que define un punto de partida para que se arme, se moldee, se construya las posibilidades de ser de un niño. Ahora bien, para poder ser parte de una sociedad, para ir al colegio, poder estudiar, trabajar, hay límites que son necesarios porque responden a códigos “más compartidos” y más generales. Son las normas sociales.  En este sentido, el adquirir los límites le permite al niño ir contando con las nociones básicas de criterios para manejarse en un mundo real.

Un niño, en principio, acepta un límite por amor. Por miedo de perder el amor de sus padres, acepta no hacer lo que tiene ganas cuando estos se lo piden. Cuando en ese pedido hay duda, es cuando el límite no se establece con claridad. En sí mismo, el límite no produce angustia, sino todo lo contrario, tranquiliza. Para ello, es necesario que no solo el pedido sea consistente y coherente (que no haya duda) sino que sea desde un lugar amoroso. Poner un límite es un acto de amor. Piensen cuando a un bebe se le dice “No” firmemente cuando quiere tocar el tomacorrientes. Uno no lo duda, y lo hace por amor, para cuidar a esa criatura. Es lo mismo con el resto de los límites. La diferencia está en la confianza y claridad que uno tiene en el límite que quiere imponer. Está claro el riesgo en el ejemplo del tomacorrientes, es algo específico y concreto con riesgo real e inmediato. Ahora, hay otras situaciones que no son tan estrictas….¿no?

¿Cómo poner un límite? No hay respuesta posible, ya que esto depende totalmente del estilo propio y del hijo. Hay que encontrar la manera personal de hacerlo. Tal vez sirva pensar que los límites no se imponen, también se transmiten.

Ser consistente. Los chicos ven a sus padres, los imitan, quieren ser como ellos, “se identifican” con ellos. “Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago” no tiene lugar.

Ser sinceros con uno mismo. Buscar límites con que uno se siente identificado. Sino un día se mantiene, al otro se deja transgredir, se va y se viene. Esto sí genera confusión en los chicos y cuando se los reta, no entienden. Y obviamente, no hacen caso. Esto también va para la firmeza. Si uno dice algo y “afloja” siempre, después no es creíble.

Los límites no solo se marcan con el no, con las restricciones. También se marcan habilitando. Se puede empezar con marcar los tiempos y lugares, desde chicos. Hay un lugar y un tiempo para jugar, para comer, para ver tele, para hacer las tareas, etc. Diferenciarlos y no hacer todo al mismo tiempo. Mostrar que las cosas no son absolutas. Esto no se puede, pero esto sí. Dar alternativas. No se puede pintar las paredes, pero ofrecer una gran cartulina para hacerlo.  

Autoridad y autoritarismo no son lo mismo. Si se recurren a “castigos”, estos jamás deben ser físicos. No ayudan a apropiarse del límite, sino que se hace caso por miedo al golpe. Además, destruyen la autoestima, básicamente los lastima en todos los niveles. Tampoco es conveniente generar un ambiente de miedo. La idea es desaprobar la conducta, no al niño. Decir “Eso está mal”, en lugar de “que malo que sos”.  Tener en cuenta que el castigo no ayuda a entender el límite, sino que lo para un rato. No amenazar con algo que no se puede cumplir.

La importancia de marcar lo positivo. Es mucho más efectivo marcar cuando el niño está haciendo bien las cosas que solo retar cuando no respeta los límites. De esta manera, el niño puede ver concretamente que es lo que se espera de él, se aumenta la autoestima, se alimenta una buena relación al mostrar orgullo. Otra opción en lugar de retar es mostrar la conducta que uno desea. En vez de “No grites”, decir “Habla en vos más baja.”

Ser claro. “Portáte bien”. ¿Qué quiere decir pórtate bien? Decirle a un niño pequeño esta frase es lo mismo que hablarle en chino mandarín. Hay que ser específico.  “No ensucies las paredes”, “Sentate en la mesa para comer” “Hablemos sin gritar”, etc.
No ser caprichosos, no imponer cosas porque sí. Escucharlos, darles un lugar en la toma de decisiones. Hacerlos participar. Esto reduce los “caprichos”.   


Lic. Lorena Estevez